¿Qué día se acaba el mundo?

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Casi termina el año y, seguramente, ya escuchaste alguna profecía de que este año se acaba el mundo.

Un cuento más viejo que el hilo negro. El fin del mundo jamás llega, y todo el alboroto queda en vano. Me pregunto si, con tantas mentiras, creeremos en el día del fin del mundo cuando realmente llegue.

Sin embargo, hay gente que sí cree en todas las estupideces que se cuentan, algunas bastante creativas. Estas personas son alimentadas con el temor de una muerte repentina y desafortunada, y se vuelven volubles al punto de convertirse en un peligro para sí mismas y para los demás. Vemos al mundo enloquecido, tomando decisiones estúpidas como, por ejemplo, comprar todo el papel higiénico del mundo en vez de disfrutar su último día.

Supongo que es porque vamos a cagar de forma masiva.

Sabiendo los riesgos que conlleva el aumentar la desesperación de las personas, ¿por qué aún insisten en predicar la catástrofe? ¿Qué ganan?

¿Será que de verdad quieren que el mundo se acabe por culpa de la desesperación?

La obsesión por el día en que se acaba el mundo

Hay una lista en Wikipedia de todas las fechas en que se acaba el mundo, tanto aquellas que ya pasaron como las que fueron predichas para el futuro, algunas sobre el año 4000 d. C. Me imagino que a través de la historia hubo gente con demasiado tiempo libre.

Estas profecías nos han acompañado desde siempre. Personalmente, he vivido una serie de fines del mundo, en diferentes épocas. Por ejemplo, el supuesto trastorno horario de los ordenadores debió haber acabado con el mundo el año 2000. También se dijo que los Jinetes del Apocalipsis debían conquistar la Tierra el día del atentado a las Torres Gemelas en EEUU el 2001. El 6 de junio de 2006 (06/06/06), la Bestia nació. Ahora debería tener unos 16 años y el mundo no cayó. El calendario maya acabó el 2012, y el espíritu de su creador todavía se está riendo porque se le acabó la piedra para continuar. Hasta por ahí me enteré que el Planeta X debía chocar con nosotros el 2020.

Ahora que lo pienso, me siento todo un superviviente, sobre todo tras el COVID-19, la guerra en Ucrania y la inflación mundial.

¡Es ridículo! ¿Por qué estamos tan obsesionados?

Tuve una primera teoría: buscamos justificar todas aquellas acciones que no haríamos normalmente en otro momento más «seguro» de la vida. Es lógico; si eventualmente moriremos, no tenemos nada que perder. Puedes emborracharte como piojo, asistir a todas las fiestas, coleccionar enfermedades venéreas, declarar el amor a la persona que amas, comprar esa figurita de acción carísima sin pensar que es una estafa, deshacerte de tu familia, escupir a tu jefe, y hasta comer bebés si así lo deseas. «Último día nadie se enoja», dice el refrán. Nadie tiene que hacerse cargo de tus trastornos.

Pero no. Aun en el momento de la muerte, no pensamos en que vamos a morir. Y, además, no dejaríamos de ser buenas personas solo porque la muerte viene. Algunos creen que merecen el Paraíso tras obrar bien en vida. Yo creo en morir con decencia.

Así que me aventuré a mirar cuanta predicción y película existía sobre el final de la humanidad. La ficción nos muestra muchas formas de morir: lluvias de meteoritos, falla en el núcleo de la tierra, una inundación terrible, la nueva glaciación, una sequía letal, una horda de dinosaurios voraces, virus asesinos, etc, etc y etc. Las películas y novelas de terror nos enseñan que, si se acaba el mundo, no sobreviviremos, salvo que seamos el jovencito, o jovencita, de la historia.

Tras juntar toda mi experiencia, información y el sentir de las personas, llegué a una segunda teoría: no sabemos cómo lidiar con la ansiedad de la extinción total. Hablamos de un supuesto futuro, incierto, un enemigo sin rostro al que necesitamos dar un nombre y una forma de reconocer.

En el fondo, se trata de dar nombre y forma a la Reina Muerte, la única certeza que tenemos todos los seres vivos.

Imagina al mundo en contexto. Se viene un cambio de siglo, aparece un acontecimiento natural repentino o estalla una guerra. El futuro se vuelve voluble y pensar en él puede llegar a ser desquiciante. Ahora mismo somos gobernados por líderes codiciosos e ineficientes, y no sabremos qué pasará en el futuro. La única vía que tenemos para cuidar de nuestra salud mental es pensar de forma catastrófica para tratar de anticiparnos a lo que vendrá.

Es algo tóxico, es cierto. Pero funciona. Obviamente, hay quienes aprovechan esta oportunidad de psicosis escatológica, y promueven su aparición.

¿A quién le conviene que se acabe el mundo?

Una pregunta para que respondas antes de continuar.

¿Cómo controlas a una persona que está histérica?

R: Promueves la calma.

¿Y cómo se hace eso?

Jamás le digas que se calme. No lo hará. La calma se obtiene haciendo creer a las personas que tienen algo de control sobre la situación, aunque ese control sea algo imaginario.

Dicho de otra forma, si tienes miedo recurrirás a un rincón seguro. O usarás amuletos para protegerte. Pero también irás al lado de cualquier persona que te garantice la seguridad.

Entonces, si alguien quiere ofrecer seguridad, ¿por qué no habría de convencerte de que no estás seguro en ninguna parte salvo al lado suyo?

Así es, querido lector. Las noticias sobre el acabo del mundo obedecen a razones algo inescrupulosas; fundamentalmente asociadas al poder, al dinero y a la necesidad de formar comunidad. Vamos a revisarlas.

Mi dios salvará tu vida

Si hablamos de poder, hablamos de creencias. O, más bien, de fe. Si se acaba el mundo por una extinción masiva, al menos querrás tener un consuelo de saber que no dolerá, y que todo lo que viviste tuvo algún sentido.

Es lo que ofrecen las religiones para someter a los inocentes y desamparados bajo el poder de la fe. El Paraíso, el Valhalla, los Campos Elíseos; aquellos valles felices y añorados solo estarán disponibles para quienes se someten al Dios Supremo y obedecen los mandatos del culto.

Obviamente, las reglas del culto son custodiadas por el líder de la comunidad religiosa. El diezmo y las ofrendas mantienen viva la fe, y los sueños del sacerdote de tener una casa en la playa antes de que todo acabe.

Si acaba. Algo conveniente cuando sobrevives al fin de los tiempos, ¿no?

La mejor parte es el día después. Los idiotas inocentes que se rindieron al culto escuchan al mandamás dando explicaciones:

—Esta es una nueva resurrección, es la nueva oportunidad que (inserte su dios aquí) nos brindó para continuar el camino hacia la fe. Ríndanse a su voluntad y oremos para que nos salve otra vez.

Es increíble cómo la gente se deja lavar el cerebro. Piensan que su nueva deidad le ayudó, y son capaces de dejar hipotecada la casa a nombre de un sacerdote con tal de asegurar el paso a una dimensión más amable que esta tras la muerte.

Ojalá los dioses se enterasen de todo lo que pueden ganar mediante sacrificios.

¡Compra antes de que se acabe!

El extraño caso de meter miedo por puro negocio. La ansiedad y la breve esperanza de sobrevivir en un mundo post-apocalíptico nos somete a consumir aquellas cosas que podríamos necesitar. Da lo mismo si realmente las necesitamos en el futuro.

Opera así: Llegan las noticias de que se acaba el mundo. La gente corre para todos lados, no sabe qué hacer. El miedo paraliza tus neuronas y no razonas. Actúas.

¿Qué te dicen?

—¡Compra este producto antes de que se acabe!

Obvio. Si el mundo se acaba, ¿cómo vas a comprar?

¡Lo peor es que la gente se vuelve loca! El miedo a quedar desabastecido, si es que logran sobrevivir, los hace competir por los recursos. Es un comportamiento muy animal y, sobre todo, que deja millonarias ganancias para las empresas de abastecimiento de víveres.

Así fue como vaciaron las estanterías de papel higiénico cuando comenzó la pandemia del COVID. Se acaba el mundo, negocio redondo.

¿Sabrán aquellas sanguijuelas que si sobreviven al fin del mundo, el dinero no les servirá de nada?

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Los eruditos del final

Ahora bien, hay gente que inventa que se acaba el mundo solo por ocio. Es decir, es algo entretenido, tanto para él como para quienes lo siguen. De hecho, tienden a generar comunidades de adeptos a «que se acabe el mundo».

Yo los llamo Endennials. Son mis favoritos.

Al principio, uno puede pensar que son personajes que buscan diversión a costa del miedo de las personas, y de sus reacciones exageradas. Para ellos, el fin del mundo un 28 de noviembre estaría bien, ¿no?.

Pero no, no es tan así. Porque a esta gente le divierte que se acabe el mundo. Quiere que todo termine por morbo.

Estas personas buscan resolver el enigma del futuro. Revisan predicciones de médiums famosos en volada de ayahuasca que, por algún motivo, suelen hacer sus revelaciones en forma críptica. Eso fomenta que la gente interprete las cosas con información poco fidedigna, y origine teorías sobre la catástrofe y la forma de sobrevivir a él. Algunas son ridículas y otras, no tanto. Pero siempre se equivocan. Es parte del peligroso juego de morir en masa.

Simplemente, se lo toman como encontrar el tesoro perdido. Muchos de ellos se engolosinan con historias sobre el fin del mundo para saber qué harían en esa situación. El problema será que, si descubren el final, poco tiempo tendrán para disfrutar si es que tienen razón; salvo que sobrevivan.

Trampas para inocentes: lo que significa que el mundo se acabe

Todos vamos a morir. Eso es un hecho. Podríamos volvernos inmortales, pero sin la muerte, la vida no tiene gracia.

Entonces, ¿por qué nos obsesionamos tanto con la idea de morir en una extinción masiva? ¿Tanto nos asusta la muerte que no somos capaces de lidiar con ella? ¿Qué más vamos a perder que la vida en conjunto?

Obviamente, la gran mayoría no quiere morir. Ni siquiera los animalistas que profesan que «somos la peor plaga», y que no son capaces de aceptar que provienen de la misma especie. Algunos suicidas aún tienen la esperanza de que las cosas se solucionen antes de lanzarse al vacío. A otros, como yo, nos hace sentido el querer prolongar nuestra vida para cumplir nuestros objetivos y heredar nuestros valores.

Sin embargo, no perderemos nada que no vayamos a perder en el tiempo. La vida es un chasquido. Las causas de la muerte revelan la tremenda fragilidad de los seres vivos. Digo, podría darte un paro cardiorespiratorio fulminante, ser víctima de un accidente fatal, de una bala loca e, inclusive, podrías caer y morir del golpe en el suelo. También podrías morir de hipo y hasta de asfixia por culpa de la risa.

Si lo miras desde ese punto de vista, ¿vale la pena caer en la desgracia y la desesperación para terminar aferrándose a una certeza imaginaria ofrecida por manos codiciosas?

Desprenderse de todo aquello por lo que vivimos (y, a veces, morimos) es un golpe duro. Desquiciante. En el fondo, aceptamos que nuestra vida tiene algún valor aunque no lo parezca. Ver que las cosas se acaban nos somete a la interrogante de saber si lo que hicimos durante nuestra vida valió la pena o no.

Cuando la respuesta es no, queremos hacer algo significativo. Eso nos somete a la desesperación.

Por lo tanto, ¿qué es lo más inteligente que puedes hacer ahora mismo antes de que se acabe el mundo?

Vive cada día como si fuese el último

Al final, se trata de vivir con orgullo, y de morir con la dignidad de una vida bien vivida. Algo como lo que sucede con aquellos enfermos terminales que mueren felices tras terminar todo lo que tenían que hacer en la Tierra.

En ese caso, si se acaba el mundo, ¿qué más importa?

Procura dejar buenas cosas. Eso es lo importante. Servirá a los que nos sobrevivan, independiente de su especie.

Aunque igual sería genial ver el fin del mundo con meteoritos cayendo del cielo. Una última maravilla antes de morir.

Bueno, si hablamos de formas de morir. ¿Cuál sería tu favorita? Leo tu respuesta en los comentarios.

¡Nos vemos!

(Si es que el mundo no se acaba antes).

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