Artículo que representa mi pensamiento e interés como artista. No pretende herir a nadie. Estar en desacuerdo también es válido.
Aarón Jesús
Conseguir premios para un artista es un logro cumplido: es la validación de su trabajo. Con este espíritu, concursos y festivales proliferan incitando a los artistas a competir para saber quién es el mejor.
Solo que, ¿realmente ganar un premio puede llegar a validar tu trabajo?
Mi respuesta es NO. De hecho, para mí suena tonto. Es decir, siento que es una treta inocente el creer que un trofeo le puede llegar a dar una validez a los autores -o a sus obras. Es una trampa diseñada para hacerte creer qué es «lo mejor» a través de una comparativa injusta sobre tu trabajo en contraste con el de otros artistas.
Todos se esfuerzan. Todos merecen ganar algo. No obstante, la ilusión del prestigio paga mejor a los artistas a medida que la audiencia se lo cree.
Debatiré algunos puntos importantes del por qué los premios no tienen valor.
Las bondades de los premios de las competencias
Visibilidad. No da de comer a un artista, pero al menos te mantiene vigente en el radar de aquellos que sí te pueden dar de comer. Con esto no solo hablo de empresas, sino de la audiencia que invierte y cree en el trabajo del artista.
Aclaración: En ningún caso justifico a aquellas empresas creativas chupasangre que prometen visibilidad a los artistas a cambio de su trabajo como si fuera un premio. Hasta los festivales y concursos de los que hablo te otorgan premios en dinero. El arte es tiempo y dedicación, y su práctica debe ser remunerada con justicia como cualquier otro trabajo.
Hay un ejemplo que recuerdo muy bien. Yo trabajaba en el cine cuando se estrenó «El Secreto de sus Ojos», película argentina, allá por principios del 2010. Recuerdo que muy poca gente la fue a ver. Solo duró una semana en cartelera, con un paupérrimo desempeño en la sala, pues, por alguna razón, la gente en latinoamérica no creía tanto en su cine como en el cine yankee. Sin embargo, tuvo la fortuna de ganar el Premio Oscar a Mejor Película Extranjera. A la semana siguiente se reestrenó. Duró tres semanas en la cartelera con una sala llena en todas sus funciones durante las primeros diez días.
El poder de la visibilidad corta tickets. Vende libros. Aumenta el consumo de música. Hace que los artistas entren en una élite de «dioses» con un trabajo que ha sido validado por un premio. Eso guía a la masa consumidora de entretenimiento a preferir aquellas obras premiadas y, por consecuencia, a los artistas artífices de estas genialidades.
Los comerciantes de arte -productoras, editoriales y hasta el que hace las poleras con el rostro de los artistas- saben esto. Para ellos, la visibilidad es una ventaja para incrementar las ganancias. En otras palabras, ganar un premio se vuelve una excelente publicidad.
Entonces, ¿qué impediría la presión de estos monstruos comerciales para lograr un lugar privilegiado para sus artistas a fin de generar más dinero?
En la música hay un caso claro. Sucede con el pop y, sobre todo, con el K-pop. Staffs enormes y multidisciplinarios adornan a los intérpretes con el objeto de transformarlo un producto de consumo. Gracias a la publicidad invasiva (y a los fanáticos que se creen todo) logran un gran número de oyentes. Eso les da la posibilidad, casi por ósmosis, de estar en los nominados a algún premio, pues los oyentes necesitan retribuir a sus artistas para pagar esos buenos momentos que pasaron junto a la música.
Es el poder de la moda. Los premios a «lo más destacado» del año buscan solucionar este problema y, de paso, algún problema de ventas gracias el marketing que entregan generosamente estos premios. No sé si será así, pero no me sorprendería que las empresas de entretenimiento sean los patrocinadores de la entrega de estos premios.
¿Qué prestigio tiene el ser premiado casi por mí mismo?
Auto-lamida de bolas que otros encuentran deliciosa.
La subjetividad con la que se aprecia el arte
El tema con la crítica es que, como ocurre con todas las cosas de carácter humanista, depende de la apreciación; o sea, de un parámetro subjetivo. En otras palabras, no es posible emitir una crítica sin estar condicionado a la experiencia personal. Es el sesgo que deben enfrentar los jurados de cualquier competencia.
Todos las personas tienen una postura personal sobre lo que significa una buena obra, ¿no? En ese sentido, los jueces de un festival son como tú o yo cuando vamos a ver una película y decidimos si es que nos gusta o no, dependiendo de la diversidad de nuestro punto de vista. De hecho, a pesar de estar educados o tener experiencia en el mundo del arte, lo más probable es que todas las posturas de los jurados sean distintas, pues nadie va a una escuela para tener una métrica similar para cuantificar el valor de una obra de arte. Es por eso que los valores de cada obra está sujeta al capricho de cada juez.

Suena duro, pero, si lo miras en perspectiva, tiene mucho de cierto.
Por mi parte, mi experiencia me dice que no todos los jurados actúan de buena fe para conseguir premios en los concursos a fin de ganar esa tan ansiada visibilidad. Cuando niño recuerdo haber participado en un concurso de literatura donde el ganador fue el hijo de una de las organizadoras. La motivación le ayudó a dedicarse a la literatura. Para mí, eso condicionó mis ganas de dedicarme a la ficción hasta que casi olvidé lo mucho que me gustaba durante varios años.
Pero el amor resurgió y volví a la carga. Así volví a participar mucho más tarde, cuando en una conferencia el juez de un concurso de relatos cortos muy conocido en mi ciudad confesó, entre risas y sin ningún tipo de pudor, que la apreciación de los relatos dependía de qué tanto sueño tenía al momento de leer o si es que estaba sobrio. Una decepción, claramente, pero no me rendí. Justo después participé en otro concurso para lograr que mi relato fuera parte de una antología. Lamentablemente, uno de los ganadores fue el dueño de la página que promocionaba el concurso. Y no fue la primera vez que ganó.
No digo que la valoración de todos los festivales o concursos deba ser siempre así de mala. En mi caso, he tenido mala suerte. Sin embargo, aquello condicionó mi forma de ver los concursos. Al igual que todos los participantes, hice un esfuerzo para llevarme el premio mayor, aunque solo fuera por la medalla de participación. No obstante, tras sentir estas demostraciones de capricho y aprovechamiento, me pregunto: ¿quién me dice que el criterio de los jueces es el correcto?
De ser así: ¿quiénes son ellos para calcular el valor de mi propia obra? ¿Dioses? Lo siento, pero hasta los inversionistas más destacados se equivocan al juzgar proyectos que en manos más optimistas se vuelven rentables en millones de dólares.
Los jueces son personas de carne y hueso como todos nosotros. No digo que como artistas sean buenos o malos, pero todos tuvieron sus inicios y todos hacen su trabajo de una forma particular de acuerdo a su nivel de expertiz. Muchas veces, no tienen la capacidad de evaluar lo bueno o lo malo, sino que juzgan lo que les gusta o no; como todas las personas. Así que si te juzgan mal, no quiere decir que seas malo; sino que simplemente no tienen el mismo gusto.
En el fondo, el premio que otorga un jurado de jueces, personas y artistas como todos los participantes, no tiene por qué condicionar el valor real de una obra. Y si ese es el caso, el premio pierde todo su valor.
Ojalá la gente fuera más despierta para darse cuenta de lo poco que vale un premio para ganar prestigio.
Esfuerzos perdidos
Otro punto en contra de los premios es lo que uno puede obtener al participar en concursos. No todo es dinero o un premio mayor; hay cosas intangibles que sirven para mejorar tanto en la carrera como artista, así como en el oficio del arte. Es lo que, en teoría, debiese pagar el esfuerzo de todos los participantes.
Una de aquellas cosas son las retroalimentaciones, las que suelen ser bastante escasas.
Realizar una obra de arte requiere de toda nuestro corazón de artista. Cada vez que escribo intento dar lo mejor de mí y hago uso de todas las herramientas que poseo. Sin embargo, me gustaría saber por qué no soy elegido o qué estaré haciendo mal a los ojos de alguien experimentado. Al menos, saber qué es lo que no resultó. Entenderlo me da una perspectiva para mejorar.
Es algo que debiéramos exigir de los concursos. Digo, se supone que el jurado se ganó su lugar por saber más cosas que otros artistas. Tienen más experiencia y se supone que han probado su valía. Solo ellos, en su calidad de jueces, eligen lo que perciben como bueno y también reconocen lo deficiente. Su retroalimentación es un acto de justicia y buena fe con el esfuerzo de los participantes.
Además, es una excelente forma para controlar si realmente están poniendo atención a las obras que analizan. Es una muestra de probidad.
Otro de los valores que uno puede obtener en los concursos son los contactos. Esto sobre todo en los festivales de cine o de música, lugares donde uno tiene la opción de conocer gente que puede aportar recursos importantes como datos o colaboraciones. Uno tiene la opción a enriquecer su trabajo al compartir con otros artistas y productores. Nunca se sabe dónde podría estar la próxima obra maestra.
Sin embargo, cuando aquello no está: ¿qué ganancia hay además del premio?
Me parece hasta frío, desalmado.
Es necesario generar estas instancias. Ojalá los organizadores tuvieran la habilidad para generarlas de forma efectiva, pues las gracias por participar no pagan, y participar en la entrega de premios se vuelve tan poco útil como el premio en sí.
Ahora bien, ¿para qué uno crea obras de arte?
El arte es una pasión. Los artistas lo creamos para expresarnos.
No obstante, como artistas, debemos tener bien claro que nadie nos pagará por hacer arte simplemente porque somos sensibles y debemos vivir de nuestro trabajo. El trabajo debe generar algo en las personas.
Sin embargo, nosotros también somos espectadores de nuestro propio arte. Incluso podemos darnos el lujo de ser sumamente exigente con lo que queremos experimentar con una obra de arte. Eso nos da una perspectiva de lo que queremos lograr.
Como nuestros mejores críticos, tenemos la oportunidad de experimentar la satisfacción de hacer algo bien hecho. En otras palabras, nos encargamos a nosotros mismos una buena obra de arte. Y queremos lo mejor, ¿no?
Viéndolo desde este punto de vista, ¿para qué alguien querría participar por un premio? En mi caso, tengo la mejor colección de arte justo en el mejor lugar del mundo: mi hogar. Viene de mí.
Es cierto, necesitamos visibildad para tener dinero. Pero aquello no debería nublar el motor del por qué uno hace esto: es mejorar nuestro propio mundo a través del arte.
El mejor de los premios es una audiencia fiel
Creo que este es el argumento que más me gusta cuando pienso que los premios no sirven para nada: al final, son las personas las que te dan el valor que necesitas. Personas que comprendan nuestro arte y que quieran compartirlo porque les emociona y les representa.
El género de terror es un muy buen ejemplo de esta situación. Es cierto que existen festivales dedicados exclusivamente al género; cosas de menor importancia a excepción de SITGES. Sin embargo, en los festivales grandes como Cannes, Berlín u Oscars; las películas de terror raramente son mencionadas para ganar algún premio. Algo existe en contra del género que no tendrá el mismo nivel que un buen drama, al aparente ojo de los críticos.
Pero, por el contrario de lo que se piensa, las películas de terror se consumen mucho. Tienen un público fiel. Las prefieren aunque sean una bazofia de efectos especiales. De hecho, algunos de nosotros preferimos las películas más malas y cutres. Tienen un sabor especial, algo de personalidad que jamás encontrarás en una ganadora de los Oscar.
Es precisamente esa preferencia por la audiencia la que hace a las películas de terror tan rentables, incluso mejor que las películas de superhéroes.




Yo sé lo que me gusta en mi arte. Y hay gente como yo con los mismos gustos raros. Eso me permite conectarme con las personas. Esa sensación de unión ya es el premio máximo: la visibilidad de mi arte, y sin tener que participar en ningún concurso.
Además, y si lo piensas bien, cada vez que las personas prefieren lo que uno hace atraen a más personas. Y esas personas atraen a otras más. Así se incrementa la visibilidad como artista, y así también llegan los inversionistas ávidos de atención y dinero.
En consecuencia, si crees en tu artista, prefiere y difunde lo que hace. Así surgirá.
Como palabras finales quiero destacar lo siguiente: no le creas a los premios. Son solo para que los engreídos hagan alarde de ellos. Para que tengan la ilusión de ser «buenos» en lo que hacen.
La competencia solo incentiva la mediocridad de las audiencias al consumir lo que llega allí. Seas artista o audiencia, prefiere lo que quieras, aunque sea un bodrio. Si te identifica, ya tiene valor para ti porque es tuyo.
Porque un premio no define la calidad del arte. El arte lo define la forma en cómo se siente el mundo a través de él.