Aparentemente, el tema se ve fácil de comprender: cosas rurales, paganismo y gente loca. Incluso recordé películas emblemáticas como «El Hombre de Mimbre», «Midsommar» y «La Bruja». El problema fue que mientras más Folk Horror leía y miraba, más dudas me quedaban. La razón: El Folk Horror no tiene una definición clara de diccionario. Hasta los mismos eruditos tropiezan en sus conceptos como políticos hipócritas intentando convencer a las personas para votar por ellos. Entonces, ¿cómo definir al Folk Horror?
Me imagino que sí es posible ganar dinero como artista. A diario vemos figuras dedicadas al arte como estilo de vida, tipo Beyoncé, Mariana Enriquez, Neil Gaiman, Pedro Pascal, Liniers, Roosevelt, Franck Hueso, y otros miles que conocemos por ahí. Los coleccionamos a diario. Son personas tan conocidas que los imaginamos como artistas en un palco, observando al resto de los mortales en el trono de la fama. Por otra parte, el resto de los artistas somos vistos como muertos de hambre. O es la fama o nada. Este pensamiento colectivo se arraigó tan hondo en la sociedad que los padres insisten a sus hijos que practiquen el arte como hobby y nada más, pues nunca podrán vivir de esto. La pobreza es un rasgo distintivo del artista. Entonces, ¿está bien ser artista o no? ¿Inculcamos en los demás el sueño de vivir del arte o les decimos que se olviden del capricho? ¿Lograremos que dejen de ser artistas para no vivir en la pobreza?
Casi termina el año y, seguramente, ya escuchaste alguna profecía de que este año se acaba el mundo. Un cuento más viejo que el hilo negro. El fin del mundo jamás llega, y todo el alboroto queda en vano. Me pregunto si, con tantas mentiras, creeremos en el día del fin del mundo cuando realmente llegue. Sin embargo, hay gente que sí cree en todas las estupideces que se cuentan, algunas bastante creativas. Estas personas son alimentadas con el temor de una muerte repentina y desafortunada, y se vuelven volubles al punto de convertirse en un peligro para sí mismas y para los demás. Vemos al mundo enloquecido, tomando decisiones estúpidas como, por ejemplo, comprar todo el papel higiénico del mundo en vez de disfrutar su último día.
Hace varios años atrás tuve la oportunidad de hablar con los muertos. ¡Sí, es cierto! Fue en un tour al antiguo Sanatorio del barrio Matadero-Franklin junto con una pareja de amigos. La experiencia ocurrió a la medianoche de un día de invierno tan frío como el primer encuentro con tu suegro.
Por lo que se sabía, los muertos todavía rondaban en aquel sector. Esa era la gracia del tour nocturno.
Mi primera psicofonía. La experiencia me hizo pensar en la escalofriante fascinación con los muertos.