Dormir con el Diablo en la Noche de San Juan

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maksymvlasenko vía Unsplash

Hoy vengo a contarte mi experiencia con los rituales de la Noche de San Juan. En concreto, fue una experiencia «cercana» con el Diablo. Y aunque no vendí mi alma, las sensaciones de esa noche sí me dejaron helado.

Internet está plagado de artículos sobre rituales para la Noche de San Juan. La mayoría promete satisfacer tus deseos de amor y fortuna, aprovechándose de las energías oscuras que dominan esta noche particular; energías oscuras que provienen del mismo Diablo, con quien puedes hacer un trato directamente si sabes cómo invocarlo.

Quizás por eso es que nadie se atreve a contar lo que realmente sucede esa noche. Imagínate despertando con la respiración del Diablo en la nuca, esperando por tu alma. Es horrible. Eso es lo que pasa cuando haces los rituales.

Como yo.

Promesas de una noche Demoníaca

Antes de contarte mi experiencia, debo confesar que mi interés por la Noche de San Juan proviene de mi gusto por el Terror y, además, por la mitología en general. Esta tierra está llena de historias que es maravilloso rescatar. Además, lo que sucediera esa noche podría ser una buena fuente de inspiración para mis relatos; así que, simplemente, quise experimentar cómo sería enfrentarse a los juegos pensando, precisamente, eso: que todo era un juego.

Esperé pacientemente hasta la víspera del 24 de junio. A las 12 de la noche en punto ─como explica la mayoría de los rituales─, apagué la luz y me dispuse a realizar mi primer ritual: ver al Diablo tratando de comprar mi alma.

Nada mal para «abrir los fuegos», ¿no?

El ritual consiste en ponerse frente al espejo justo a las 12 de la noche, con la luz apagada y con una vela entre las manos. Si esperas lo suficiente, el Diablo aparece detrás tuyo con un contrato suculento para negociar por tu alma.

La verdad es que yo no quería negociar por mi alma. Solo quería saber qué ocurriría. De hecho, el pánico de verlo a él, al Señor de las Tinieblas, hizo que el sudor frío me recorriera la espalda. La vela tiritaba en mis manos, pero seguí esperando con la esperanza de ver algo realmente maravilloso.

Soy miedoso, incluso para ser fanático del horror. Una vergüenza. Perdón.

Pasaron largos, larguísimos segundos. Una eternidad. No pasó nada y, después de tanto esperar, suspiré de alivio. Empezaba a reírme de mi propia estupidez.

Justo ahí lo vi. Estaba justo detrás mío. Sonreía con una amplia sonrisa de oreja a oreja.

Casi me desmayé por su presencia. Por suerte, el susto duró un instante porque, cuando acostumbré a su presencia, caí en la cuenta de que jamás se movería de ese lugar. Era una máscara de Diablo que me regaló mi hermana menor, profesora, tras una de sus representaciones en el colegio. El Diablo sonreía con dientes afilados porque debía ser un espectáculo «feliz» para los niños.

La felicidad de saber que aún era el propietario de mi alma fue intensa. Sonreía con la máscara en la mano, pensando en lo estúpido que uno puede ser a veces por pura sugestión. No obstante, si quería seguir con los rituales, debía sacarme esas conjeturas ridículas de la cabeza.

Eso creía yo. El Mandinga se las arreglaría para seguir acosándome durante la noche.

Visiones en la Noche de San Juan

Los siguientes rituales que tenía preparados son los más populares para esta festividad: la adivinación del futuro. Existen muchísimos: las tres papas, las gallinas de la suerte, el cuenco de agua en el espejo, los papelitos doblados, el plato con la castaña, entre muchos otros.

El ritual que elegí fue el de echar tinta en un papel. Se vierte la tinta en una hoja blanca y se dobla en cuatro veces. Luego, se abre el papel y se interpreta la forma de la tinta libremente. Ese será el futuro el resto del año. Nada más conveniente si eres optimista. Ya me sentía uno de esos charlatanes con el turbante en la cabeza, dirigiendo el destino de los idiotas inocentes.

Sin embargo, me sorprendí con lo que vi. No lo creía. Y no lo quise creer así que, para estar seguro, hice un segundo ritual: eché esperma de una vela encendida un cuenco con agua y esperé a que se solidificara. Al igual que el ritual anterior, interpreté la forma de la esperma de forma libre para determinar mi futuro.

Lo mismo. Horror. Tiritaba con el cuenco en la mano por puro susto. Me quería morir. O en realidad no. Probablemente, terminaría compartiendo el infierno con el cola ‘e flecha.

Ambas formas reflejaron la figura del Diablo: un rostro con cachos en la cabeza.

Era demasiado para ser cierto. Me cuesta creer en las coincidencias debido a mi formación científica. No obstante, estas cosas se estaban poniendo demasiado «coincidentes». Y debo admitir que contuve las ganas de salir corriendo y gritando por la calle diciendo: «el Diablo me persigue. ¡Salven su alma, por amor a Dios!».

Ridículo. No creo en Dios. ¿Por qué iba a creer en el Diablo?

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Serenata junto a la higuera

Intenté serenarme. Sin muchas ganas, me obligué a hacer la última brujería de la noche: Tocar la guitarra bajo la higuera.

Siempre quise aprender a tocar bien la guitarra. Es una suerte de capricho juvenil que tenemos quienes disfrutamos de la música, así que me programé especialmente para este ritual. Según se dice, el poder demoníaco de la Noche de San Juan posee tus manos y te hace tocar como Van Halen con el poder de los infiernos, siempre y cuando te encuentres debajo una higuera.

Solo que, en mi caso, no tengo higueras gigantes; solo un bonsái. Quizás debí conseguirme una mandolina como para compensar.

Lo más raro es que sí estaba resultando, al menos, por lo que estaba sintiendo. Además, me entretuve bastante y calmé mis ánimos endemoniados durante unos minutos. Podría haber pasado el resto de la noche de San Juan practicando, pero apareció un demonio más peligroso que el mismo Diablo en persona.

─Deja esa porquería ahí y anda a acostarte, por favor.

Grité como un animal del susto. Mi mamá, enojada y con ojeras, amenazaba con tomar la guitarra y hacerme un lindo sombrero de madera en la cabeza.

«Contra toda autoridad, menos mi mamá«, dice el dicho. En cinco minutos ya estaba en la cama. ¿Qué más podía hacer?

El acoso del Diablo

Sin embargo, estuve muy lejos de pegar un ojo esa noche. El Diablo me persiguió hasta en los sueños. Digamos, tampoco fue un sueño como el la protagonista del «Bebé de Rosemary», a pesar que tanto en la novela (Ira Levin) como en la película (Roman Polanski) la escena es tan vívida como lo fue mi sueño.

Pero recuerdo que la bestia negra me bailaba alrededor con su piel arrugada y oscura como la noche, su sonrisa amarilla llena de dientes de oro y sus pupilas rojas mirándome fijamente, encantándome.

Me llenó de ofrecimientos irresistibles. Lo que me dijo no tengo permiso para revelarlo.

Llámalo sugestión, susto o inocencia, pero para mí sí fue muy real. Y cuando quieres tanto las cosas, cumplirlas a menudo se vuelve algo de temer. Porque, ¿cómo reaccionarías ante tu propio éxito si luego debes pagar un precio tan alto?

Desperté más temprano que la salida del sol, preocupado de no haber hecho nada estúpido en mis propios sueños. Necesitaba sacarme al espíritu maligno de la cabeza. Por suerte, recordé que aún podía realizar un ritual más: bañarme.

Se dice que si te bañas antes de que salga el sol las aguas te purificarán, pues son las primeras aguas de la mañana, benditas por San Juan Bautista. Así que me hice el ánimo y partí a la ducha.

Por esa cosa de las coincidencias, el calefón estaba malo. Grité, pero del dolor. Me duché con agua hirviendo.

Sí, el Mandinga estaba preparando el Infierno para mí.

La mala suerte ya me estaba cabreando. Sin embargo, cuando volví a mi habitación para vestirme, solté otro grito de horror con el que se despertó toda la cuadra.

El mismo Diablo caminaba entre mis cosas.

Mi mamá había tomado la máscara y se la había puesto a modo de curiosidad. Cosas que uno hace cuando encuentra cosas extrañas. Sostenía el cuenco de vidrio con los resultados de mi adivinación entre las manos.

─¿Qué te pasó? ─me dijo, riéndose.

─Na-nada ─tomé aire con un poco de valor y seguí─: Sácate eso, por favor.

Se sacó la máscara y miró asqueada los resultados de mi adivinación.

─Aarón, ¿qué estuviste haciendo aquí?

─Es cebo de vela, mamá.

─Sí, cebo ─hizo un espasmo de repugnancia─. Deberías dejar de ver esas porquerías. Te estás volviendo loco.

Claramente, se había equivocado de esperma.

─¿Por qué no botas esa cuestión a la basura, mejor?

Suspiré. Cuesta un mundo que las personas comprendan tu afición por las cosas raras. Aunque en ese momento solo quería un poco de realidad. Y, bueno, estabilidad mental.

El ritual más importante: la familia

Como último ritual, preparé un Estofado de San Juan para el almuerzo, una comida hecha con varios tipos de carne, papas y algunos condimentos. Y pese a que me encanta la cocina, mi experiencia «demoníaca» me mantuvo abrumado durante toda la mañana. Mi rostro estaba tan horrible que mis padres se preocuparon, así que tuve que contarles toda la historia para sentirme mejor.

Solo podían reírse a carcajadas hasta llorar. Mi madre, la voz del demonio mismo, volvió a intervenir:

─Lo bueno es que te resultó ─dijo con la boca llena─. El cachúo te bendijo la mano. ¡El estofado te quedó muy rico!

«Sí», pensé de no muy buena gana. «Disfruta la comida del Infierno, demonio hecho madre».

─Podríamos celebrar el otro año ─agregó─, a ver si te encuentras con otro «Diablo».

Siguieron riéndose mientras comían. Bueno, tampoco era para tomárselo en serio. Aunque el Diablo no volvió a aparecer más desde esa noche, el susto y la experiencia me quedaron como un buen recuerdo.

En el fondo, es divertido disfrutar de estas cosas. Las generaciones nuevas hemos perdido esta forma de disfrutar las tradiciones y de todo lo que enseñan. Antes se hacían fiestas y bailes de gran envergadura, donde se buscaba al amor de tu vida hasta en una ventana. Y aunque algunos han rescatado estas tradiciones con fines comerciales, aún parece desconocido para grueso de la población. Juegos para esa noche existen muchos y, eso sí, son bastante más divertidos que invocar al Demonio.

A no ser que quieras pasar una noche con el Diablo como yo.

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