Nos fascina hablar con los muertos

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Varios años atrás tuve la oportunidad de hablar con los muertos. ¡Sí, es cierto! Fue en un tour al antiguo Sanatorio del barrio Matadero-Franklin junto con una pareja de amigos. La experiencia ocurrió a la medianoche de un día de invierno tan frío como el primer encuentro con tu suegro.

Recuerdo que el estacionamiento parecía una bodega de peleas clandestinas, tipo «El Club de la Pelea». En ese entonces, el sitio se usaba como plataforma de airsoft durante el día. Los vidrios ya estaban rotos por el tiempo, y los proyectiles ayudaron bastante a dejar más vidrio molido en el suelo.

Supongo que para los pistoleros no era difícil hacerse el muerto allí. Por lo que se sabía, los muertos todavía rondaban en aquel sector. Esa era la gracia del tour nocturno.

El guía era un historiador apasionado por el turismo citadino. Conforme paseamos con él, nos contaba una historia de sufrimiento horrible, de pacientes enfermos, muchos locos, y otros abandonados allí por la avaricia.

Pensé en los muertos atrapados entre ambos mundos, en las historias que tenían para contar. Con lo que no contaba era que los organizadores del tour, con ayuda de una simple tablet, podían hablar con los muertos.

Mi primera psicofonía. La experiencia me hizo pensar en la escalofriante fascinación con los muertos.

¿Por qué nos fascinan los muertos?

Las ruinas todavía mostraban las evidencias de lo que fue vivir allí. Recuerdo que en una de las salas vacías aún permanecían las marcas de los catres contra la pared. Ya no había camas, pero podías vislumbrar exactamente cómo estaba decorada la habitación el siglo pasado. Te imaginarás cómo debió ser atender a los pacientes insanos en su período de locura. Toda una vivencia, menos para los doctores y enfermeros del lugar.

«¿Por qué alguien quiere tanto hablar con los muertos?», pensé. En algunos fanáticos la situación es peor: quieren verlos como si fueran una persona.

Creo que existe un subgénero completo de horror que enseña que aquello es una pésima idea.

Al principio pensé que solo se trataba de la fascinación natural con el terror que tenemos los seres humanos. Por eso consumimos terror-arte y nos gustan las cosas creepy. Pero, personalmente, reconozco que la fascinación por el horror disminuye con el paso del tiempo a cosas «más complejas». Con esto no quiero decir que el género de terror no sea complejo, sino que se tiende a vilipendiar la narrativa de este estilo. Es triste para nosotros.

Luego, pensé que era por un asunto de novedad y, quizás, algo de egoísmo. Nadie puede encontrarse con un muerto. Tener esa experiencia convierte a los “afortunados” en objeto de curiosidad y admiración, como una piedra rara o la figurita de acción más deseada por los niños. En el fondo, los hace sentir importantes. Lo lamentable de esa situación es que el ego de estos “afortunados” crece tanto que acaban suponiéndose super-poderosas y terminan creyendo que pueden lidiar con las cosas innaturales del mundo. Serán los primeros en ser poseídos o comidos por zombies. Darwin le llamó a eso Selección Natural.

Pero no, ningún capricho se puede sostener por tanto tiempo, a menos que tu supervivencia dependa de ello. Nuestros gustos cambian y nos volvemos menos materialistas con el tiempo. Sin embargo, hay algo que queda: La historia. Así, como cuando vemos series o leemos libros.

Yo creo que esta fascinación proviene de revivir esas historias de antaño, de aquellos que vivieron y sufrieron, y cómo solucionaron sus propios conflictos mientras estuvieron vivos. Buscamos el relato como si fueran novelas o películas de ectoplasma. Queremos saber por qué vagan por la tierra y, también, qué nos puede enseñar su antigua vida; qué errores y horrores no queremos repetir.

En otras palabras, somos espectadores morbosos del sufrimiento ajeno, como la vieja más chismosa del barrio. Y buscamos esa conexión, pensando que ellos también nos buscan para que podamos poner fin a sus problemas a través de la respuesta correcta o una acción remediadora.

Lo último es una conjetura nuestra. En realidad, nadie sabe por qué nos buscarían los espíritus. Podría ser por el sencillo acto de joder.

Ahora bien, si los espíritus realmente tuvieran una intención de comunicarse, si realmente quieren expresar el malestar por la situación que los dejó vagando entre el plano espiritual y el plano mortal, ¿estaríamos realmente dispuestos a escuchar?

Sinceramente, creo que no. Explicaré por qué.

habitacion llena de fantasmas

El real horror de hablar con los muertos

Las psicofonías (finalmente, fueron tres) se hicieron con un chirrido que emitía la tablet, algo así como el chirriar de la radio o el sonido de la ducha. El guía hizo preguntas al aire y grababa el ambiente en silencio, con un tiempo prudente para la respuesta. Esperaban encontrar alguien que respondiera, al igual que en el reportaje de Canal 13, «Voces del Más Allá».

Todavía me recago de miedo cuando escucho:

—¿Y yo qué hago aquí?

La sesión buscaba el espíritu de un joven que fue encerrado por loco cuando, supuestamente, no lo estaba. Su infortunio provino porque su malvado padrastro codiciaba su fortuna. La reclamó como herencia una vez que logró meterlo en el Sanatorio. Según las malas lenguas, su espíritu continuaba en el lugar donde vivió durante toda su vida, deambulando, llorando por su mal destino. Ahora buscaban más respuestas, saber más detalles. Al menos, querían escucharlo llorar.

─¿Estás ahí?

Esa excitación previa de saber qué es lo que te quieren decir, y si hay algún peligro en ello.

Y es sobre este punto, el peligro, donde creo que realmente no queremos hablar con los muertos: no queremos que nos hagan daño. Es un juego horrendo, lleno de estrés, que te sumerge en la paranoia al saber que puedes tener a los espíritus de los muertos en cualquier parte y no puedes verlos. Si fueran peligrosos, ¿cómo te defiendes de ellos?

Si lo piensas de esta forma, hablar con los muertos es una locura. Hablar con ese joven inestable y perturbado por su padrastro puede ser algo de cuidado. Sin embargo, ¿por qué querrían atacarte los muertos? ¿Les has hecho algo?

Ese es el trasfondo de la mayoría de las historias de fantasmas. Los espíritus que deambulan sin cuerpo en esta dimensión están cargados de resentimiento, odio y situaciones sin resolver que, en su momento, dependieron más de los vivos que de los muertos. Creemos que necesitan venganza, y creemos que se vengarán de todos los seres humanos como si fueran niños caprichosos y maleducados. Es como si tuvieramos la culpa de su desgracia. Sentimos culpa de que los muertos estén muertos y no queremos exponernos a una situación que, definitivamente, no podríamos manejar. Como los muertos son omnipresentes, están en todos lados, no podríamos huir de ellos aunque quisiéramos.

Ese joven estaba en todo su derecho de obtener venganza. Sufrió un daño deliberado. Si hubiera considerado que la humanidad no merecía vivir, y hubiera tenido el poder, nos mutilaba a todos allí. Al menos, nos habría tirado de los pies durante la noche si no ofrecíamos una disculpa sincera.

Es la culpa irresoluta tras la muerte la que nos aterra. No queremos vivirla.

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Un hambre voraz de no sé qué

Un hombre finge estar enfermo para no recibir a nadie. Cuando su crush aparece, debe contenerse para no ponerla en peligro.

¿Invocadores o embaucadores?

Empezó la sesión. Todos callados y el chirrido:

─Ssssssssss…
─¿Estás ahí? ─preguntó el guía─. Dime si es que podemos ayudarte.
─Ssssssssss…

Pulsó stop, rebovinó, y puso play. La respuesta.

─Sssssssss…
─¡Oh! ¡Dijo que tiene hambre!
─¡Guau! ─dijeron todos.

O los asistentes eran estúpidos o les hizo falta una sesión de lavado de orejas.

Sinceramente, me sentí decepcionado. Las esperanzas de la gente de encontrar algo donde no lo hay hace que, a menudo, imagine cosas. Pasa cuando creemos ver monstruos escondidos en las sombras cuando es la ropa del clóset.

Así se llevaron toda la noche. El tour pudo tornarse aburrido pero, al menos, a mí me encantan las ruinas y las antigüedades. Decidí seguir escudriñando el lugar por mi cuenta. De hecho, confieso que tuve esperanzas de que de verdad pasara algo cuando visitamos el antiguo despacho quemado y un ascensor caído. Pero nada.

Un fraude. Los embaucadores son así. Interpretan las cosas a su conveniencia, y la gente cae.

El problema con estos invocadores de espíritus es que ni siquiera ellos creen en esto. Los espíritus, en la mayoría de los casos, son una sugestión de la imaginación, el recuerdo de un plano inexplicable. Hablar con los muertos sería como la quinta pata del gato.

Bueno, tampoco es tan así. Hay gente que de verdad ve fantasmas. Mi hermana vio a mi doppelganger, aunque eso es otra historia. A lo que me refiero es que las personas que ven fantasmas sienten un miedo intenso y real, y la barrera trasciende la creencia en estos fenómenos. Por eso son tan escasos. Y por eso es que, por más que se les busque, es difícil que los encuentres. Es un aguja en un pajar.

Las ganas de vivir un suceso tan extraño, poco común, es lo que motiva a las personas a buscar estas experiencias. Estos embaucadores se aprovechan de ese morbo. Incluso, puede ser peor. Imagina a todas esas personas que no pueden soltar a sus propios fallecidos, ya sea por la culpa o por el apego. Necesitan comunicarse con ellos, saber si están bien en el Más Allá, y terminan acudiendo a esta especie de médiums. Les sacan el dinero con la promesa de sanar una culpa que jamás se va, a diferencia de lo que sí podría hacer un tratamiento psicológico.

invocador malinterpreta a un muerto

El espectáculo de hablar con los muertos: Una mentira entretenida

Finalmente, recorrimos la estancia durante casi dos horas hasta volver al estacionamiento. Nos reímos. Compartimos un cigarro, bromeando para saber si el humo tendría más vida que los supuestos fantasmas del Sanatorio. A pesar de la decepción de una psicofonía que no buscábamos, sí lo pasamos bien. Eran un gran espectáculo cargado de historia, de relatos tristes y sufridos, y de maravillas por un tiempo que se fue. Es una experiencia que te permite reflexionar sobre el comportamiento de los vivos.

De hecho, vivimos una historia ridícula. Antes de hablar con los muertos nos hicieron pasar por una prueba para valientes: caminar en la oscuridad a través de la gran sala de los enfermos en el Sanatorio. Para guiarnos, debíamos pedir luz y nos daban un breve destello para ubicarnos. Debíamos sentir la presencia espiritual. Con mis amigos ni siquiera pedimos luz. Queríamos recorrer la estancia en plena oscuridad solo para demostrar que éramos más valientes que los crédulos que asistieron al tour.

Choqué con la pared. Eso aseguró la risotada de todo el resto de la audiencia.

Nunca más me hago el valiente.

Así que se los recomiendo totalmente. Cada vez que tengan la oportunidad de ir a un tour sobrenatural, créanme, lo pasarán bien. Eso sí, no crean en todo. Al final, más vale tener miedo a los vivos que a los muertos que ya están bien muertos.

¿Y tú? ¿Has tenido experiencias de este estilo? Cuéntamelas en los comentarios. Para mí son una gran inspiración.

En una de esas, quizás nos de por formar un grupo para invocar espíritus. Solo que ahora, llevaremos la Ouija para hablar con los muertos.

¡Nos vemos en el Más Allá! (Y el Más Acá, también).

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