¿Qué significa que haya duendes en mi casa?

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Desde siempre la sociedad occidental ha tenido una relación íntima con los duendes al interior de las casas. Basta sentir un ruido desconocido, algo que se cae sin motivo, una mascota buscando hacia la nada; cualquier cosa extraña que ocurre es culpa de ellos.

Eso dice la gente vieja. Imagino que les creemos porque son más antiguos y versados que uno.

En mi caso, desde niño se me pierden las cosas. De hecho, y siguiendo esta creencia, intuyo que los duendes me han seguido a donde sea que estoy; y eso que sí he tenido que mudarme mucho en mi corta vida.

Pero, ¿por qué los duendes y no otra criatura? ¿Qué los hace tan especiales? ¿Será que es una fijación especial por su apariencia física?

¿Qué culpa tienen los duendes?

Paracelso, en su «Tratado sobre seres elementales», los describe de esta forma:

«… Son la imagen grosera del hombre, como éste es la imagen grosera de Dios…»

Esta creencia se ha mantenido así desde siempre. De hecho, si te fijas bien, la cultura popular suele clasificar a los duendes como criaturas detestables.

Puedes comprobarlo a través de la ficción moderna. ¿Recuerdas la película «Leprachaun» (con una joven Jennifer Aniston)? O, ¿te acuerdas de los duendes de Grindelwald en Harry Potter? ¿Alguna vez leíste «El Gnomo» de Gustavo Adolfo Becquer? Y para los más viejos: ¿recuerdas esa historia del peligroso duende protector de la olla llena de oro al final del arcoiris?

En todas estas historias el duende es una criatura fundamentalmente codiciosa. Es más, la literatura clásica también señala a estos seres como borrachos, viciosos, malévolos, apostadores, violadores y abusadores; y otras tantas cosas más.

Cuando escribí el cuento «Cuando Santa Claus murió, los duendes hicieron el resto«, mi intención principal era rescatar el comportamiento con el que se asocia a los duendes: con una moralidad descarriada propia de su naturaleza maléfica, a diferencia de la glorificación que se hizo solo porque trabajaban para Papá Noel. Casi como que un figurín político fuera glorificado por trabajar para el servicio público cuando, en realidad, lo usa para su propio beneficio.

En otras palabras, los duendes son humanos groseros; de esos que encuentras en las cárceles, en el lumpen, en la política y la religión. ¡Estamos plagados de duendes!

Ellos tienen la culpa de que los consideremos el origen de todo mal.

Cuando se pierden las cosas de valor y otras cosas raras

La cultura popular señala que los duendes viven en el interior de nuestras casas. Entonces, no es menos esperar que los duendes sean asociados a los males extraños que asechan al interior de las moradas, sobre todo cuando, convientemente, muy rara vez se pueden ver.

Es decir, los duendes sirven para explicar a todas esas cosas que, simplemente, no se pueden explicar de forma racional y sin pruebas inmediatas: los crujidos de los electrodomésticos, los ladridos a la nada de tu perro, las caídas de las cosas de los muebles, los apagones, los chupones en la garganta de tu pareja, la pérdida de objetos, etc, etc.

duendes en la fotocopiadora

No obstante, el culpar a los duendes de lo extraño ayuda a liberar la tensión sobre los sucesos que nos producen incertidumbre. La explicación es simple: nos permite olvidar rápidamente aquellos sucesos que nos quitan tiempo al tratar de desentrañar inteligentemente de qué se tratan, cuando en realidad son cosas que ni siquiera tienen importancia.

Para eso nacieron los mitos. Esta es la prueba. Disciplinas como la elficología se basan, precisamente, en rescatar estas representaciones de la realidad escondidas tras duendes, elfos y otra gente pequeña de las historias tradicionales.

Por otro lado, lo que sí puede ser un problema son esas actitudes personales que nos llevan a un mal pasar y luego, inocentemente, echar la culpa a los duendes como si fueran los responsables de nuestra propia estupidez.

Por ejemplo, una situación personal, y que me afecta muchísimo, es que las cosas se me pierden con facilidad. Y lo reconozco: soy olvidadizo; tengo una muy mala memoria de corto plazo. Lo irónico aquí es que, por el contrario, tengo un talento inexplicable para recordar cosas sin ninguna utilidad real.

(No te rías. Probablemente tú seas como yo o, bien, conoces a alguien así).

Este problema se vuelve un dolor de cabeza cuando se me pierden cosas importantes en momentos clave, sobre todo, dinero. Incluso he perdido mis anteojos cuando los tengo puestos. Y eso duele, como duele la propia estupidez. Uno empieza a cuestionarse si realmente merece su propia felicidad con esa muestra de desinteligencia.

Sin embargo, ante esta situación también he cuestionado mi entorno, y si realmente existen algunos «duendes» disfrazados de humano alrededor esperando la más mínima oportunidad para adueñarse de mi riqueza.

A algunos les pasa. Conozco casos cercanos. Terminan conviertiéndose en una representación de la avaricia. Al fin y al cabo, un humano grotesco perfectamente puede convertirse en un duende, ¿no?

Lo bueno es que pensar en duendes sirve para evitar los malos pensamientos hasta descubrir realmente quién está detrás de las cosas perdidas. No queremos culpar a nadie inocente. En mi caso, al menos, sé que soy yo y debo cambiar.

Eso me hace recordar a un compañero de curso. Era el chico descarriado, el mal elemento, la oveja negra del colegio de monjas. Por cierto, también era mi amigo y me defendía o, al menos, me enseñó a afrontar a los bullies, aunque nunca aprendí tan bien. Obviamente, yo lo ayudaba con sus estudios. Gracias a esa oportunidad de desarrollar nuestra amistad entendí que, si bien le gustaba divertirse con travesuras, no era un mal chico. Por otra parte, vivía en un contexto difícil y los ejemplos de quienes podía aprender no eran los mejores. No obstante, fue «señalado» con la marca de la bestia: cualquier cosa que pasara, por más mínima que fuera, las monjas ya lo estaban culpando, aún cuando no fuera su resposabilidad bajo ningún contexto.

Espero que esté bien. Esta actitud seguro dejó secuelas psicológicas que son difíciles de borrar; sobre todo en un pueblo chico, reconocido como infierno grande. Le echaban la culpa de todo por ser tachado de mala influencia, sin corroborar su inocencia.

Así mismo sucede con los duendes.

Rituales contra los duendes que sí resultan

Empezaré por mi secreto: un rosario de garabatos. Suena chistoso, pero me resulta y no tengo idea de por qué. Solo sé que es un secreto de los viejos del campo.

Aunque, si me pongo a analizar, es ridículo. Como soy olvidadizo, no creo que la solución pase por tratarme tan mal con el objeto de recuperar las cosas que a mí mismo se me perdieron.

No es que me diga: «¡Idiota! ¡Ya perdiste los aros!» y ¡paf!, aparecen.

Es raro. En esos momentos es cuando empiezo a dudar. Lo bueno es que sirve para liberar el estrés.

Por otro lado, hay rituales inocentes como el de amarrarse una cinta roja en la mano izquierda. También existe el de colocarse la ropa al revés, como si se tratase de ahuyentar al Diablo.

¿Por qué resultaría? No se me ocurre por qué. Digamos, los duendes son seres desaliñados. Lo más probable es que terminen burlándose de tu fashion emergency.

Y hablando de rituales ridículos, existen algunos más. Uno consiste en dejarle un licor fuerte para que beba. Una vez que está borracho empezará a llorar y, justo en ese momento, le sueltas el arsenal de Ave Marías y Padres Nuestros para que se vaya.

O sea, si a mí me lo hicieran, me voy. No me gustan los evangelizadores, son molestos. Y no sé si sirve para hacer daño a un duende, sobre todo si no es creyente. Recordemos que los duendes no son parte de la mitología cristiana; digo, no son demonios. Más bien, están clasificados como elementales, seres de la naturaleza.

Otro ritual consiste en defecar al medio de la intemperie y ocultarse. El duende se «engominará» el pelo con la mierda, y ese será el momento justo para escapar. Al menos, sirve como excusa cuando no puedes aguantarte y no tienes donde evacuar. Si alguien te juzga, puedes decirle que estabas «distrayendo a los duendes» para que no te siguieran.

Y, por último, un ritual realmente útil es el de limpiar la casa. Así mismo como lo leíste: hacer el aseo. Se debe a que como son seres descuidados, les encanta la suciedad y el desorden. Y tiene sentido. Por lo menos es una razón poderosa para mantener la casa en buen estado sin acumular cucarachas, ratas y borrachos.

Eso me hace pensar en cómo las abuelas controlaban los hábitos de nuestros padres.

duendes descritos por Aaron Jesus de la Cerda

En definitiva, es difícil saber si hay duendes en la casa o son puras invenciones. Es probable que convivas con algunos duendes feos y hasta sean tus amigos, y ni siquiera te habías dado cuenta. Es una prueba de su existencia.

Porque si ocurre un mal, ellos tienen la culpa.

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