Los monstruos son un hecho curioso dentro del mundo de la ficción: son entes horribles con características extrañas y naturalmente aberrantes que causan miedo, pavor o extrañeza a todo aquel desafortunado que tenga la mala suerte de cruzarse con ellos. Para nuestra tranquilidad, la mayoría de los monstruos solo existen en la ficción, aunque no descarto que sí puedan existir monstruos reales detrás de nuestra vida cotidiana. Algunos gobiernan países.
¿De dónde nacen? ¿Cómo se crean? ¿Por qué están ahí?
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Los monstruos han acompañado al hombre desde los primeros tiempos de la ficción, cuando se narraban historias en las fogatas y se pintaban en los muros. Aunque no necesariamente son la personificación del mal, sus formas grotescas y actitudes incomprensibles los convierten en sujetos que despiertan la sensación de alerta para quien se enfrenta ellos. En otras palabras, son sujetos de alarma.
Sin embargo, como artista, creo que la forma del monstruo significa mucho más que imaginar simples formas y actitudes maléficas. Hay un sentido artístico o psicológico detrás de los cuernos, colas, pelos y dientes afilados en un ser viviente. Para mí es una representación de aspectos horribles en las personas y en la sociedad, cosas que existen en la realidad, a las que nos tenemos que enfrentar, pero no queremos porque nos perturban demasiado.
De hecho, un monstruo es una forma más fácil para entenderlo.
Las características de la monstruosidad
El planteamiento principal sobre por qué un monstruo se define como tal radica en, quizás, la característica más monstruosa: el quiebre que se provoca entre lo conocido como «normal y aceptable» versus la aberración ─natural o artificial─ que rompe el límite de lo establecido. Es esa sensación de perturbar lo que debiera ser imperturbable lo que provoca repugnancia, asco y distanciamiento.
En otras palabras, el rompimiento de los límites morales de la sociedad es la que provoca la aversión hacia los monstruos.
De aquí se pueden desprender una serie de elementos que les dan sus grotescas características.
En primer lugar, de nada sirve tener un monstruo si no es peligroso para el entorno en donde se desenvuelve. Simplemente no sería un monstruo. Por ejemplo, un vampiro en un mundo ideal, donde todos son vampiros, ya no es algo que provoque miedo. En ese caso, un ser humano podría ser más peligroso. De hecho, ¿te imaginas que a cada mordida los vampiros se van convirtiendo en seres humanos? ¿Cómo reaccionarían los vampiros alrededor? Sería una excelente crítica a lo que definimos como humanidad.
En segundo lugar, un monstruo no necesariamente tiene que tener una figura espeluznante y habilidades sobrenaturales. Con que se vea como un «agente rompedor de la moral» puede bastar. Es la clave de los slashers, donde los antagonistas —y monstruos a la vez— son despiadados asesinos de carne y hueso.
Como comentario, y bajo esta perspectiva, algunas personas incluso fueron consideradas como monstruos por la repugnancia que provocaban a sociedades de otras épocas menos tolerantes, y cuya mirada social conservadora se mantiene en la actualidad. Basta con mirar las vejaciones de la Iglesia Cristiana que soportan comportamientos racistas, xenófobos y homofóbicos. Es injusto porque la intolerancia es injusta. En estos tiempos lo sabemos gracias a su lucha.
Es en estos contextos cuando uno se pregunta realmente, ¿quién es el verdadero monstruo? Es una reflexión que nos hace considerar que, en la práctica, los monstruos no actúan con maldad.
De hecho, y en tercer lugar, el atractivo de los monstruos es su propia lucha por sobrevivir ante las condiciones sociales de su entorno. Si te fijas bien, por regla general, los monstruos son seres aislados y alejados del mundo. Luchan por su supervivencia, pero siguen siendo considerados peligrosos porque podrían destruir el mundo que las personas conocen. La criatura de Frankenstein es un monstruo, pues su mera existencia es una violación a la vida. Mr. Hyde es la expresión de lo repugnante que puede ser un ser humano. King Kong estaba enamorado. Y ni pensar en los monstruos lovecraftianos.
Con estas condiciones, crear un monstruo es simplemente seguir la «receta de la monstruosidad».
Creando monstruos
Recurriré a mi propia experiencia logro crear la forma de mis monstruos.
Esto es un DIY; hágalo usted mismo.
Lo primero que hago es invocar a mis musas y pensar en una cosa perturbadora. Busco un tema o un concepto interesante asociado a algo que odie, que me perturbe, me moleste o, simplemente, no me parezca. Por ejemplo, odio la mentira. De hecho, le tengo un profundo temor a ser engañado. Me parece que la gente que miente, los embaucadores y la mentira en sí misma es tan horrible como el peor de los monstruos.
Luego, intento pensar en qué forma tendría la mentira si es que fuera un ser vivo. Quizás sea como un demonio que posee a sus víctimas, o tiene dedos muy largos como la mentira. También puede ser un anillo, como el del «Señor de los Anillos» de Tolkien. Incluso puede ser un virus muy contagioso ─pues la mentira tiene el poder ser contagiosa─ y que transforma a las personas en seres con apariencia de mentira.
Después, pienso en los poderes que podría tener esa cosa horrorosa. La mentira tiene el poder de dejar ciegas a sus víctimas o causar alucinaciones. Se arraiga a ellas y no las suelta. Puede susurrar frases repetitivas y sediciosas que nunca salen de tu cabeza. Incluso pueden hipnotizar a las personas para hacer cosas horrorosas como algo que consideren placentero, o pueden ocasionar que la fisonomía de las personas cambien, así como la mentira cambia de forma constantemente.
Finalmente, pienso también en las personas a las cuales ataca la mentira; por ejemplo, a los sediciosos y a los aburridos. También a los inocentes o a los optimistas. Y también pienso en el protagonista, alguien a quien la mentira haya ocasionado un daño horrible; por ejemplo, disolver una situación familiar, ridiculizar en público (en la época de lo moralmente correcto), etc. El será quien se enfrente a nuestro monstruo y exponga las viscisitudes que el tema tiene para entregar.
Anotas todo, seleccionas y voilà; habemus monstruo. Toda una expresión de arte lista para ser colocada en alguna historia.
¿Y si me gustan los monstruos clásicos?
No puedo evitar pensar en la influencia de los monstruos clásicos en la narración de nuestras historias. De hecho, es una tentación irresistible el basarse en estos seres para crear historias novedosas. Aunque, claramente, no estaré creando un monstruo nuevo.
¿Cómo le doy forma a un monstruo clásico?
En este caso, lo que hago es pensar en el significado que aquellos monstruos le dan a las historias. El hombre-lobo habla de la dualidad pasivo-agresiva del ser humano y su parte animal. El vampiro habla de la sexualidad y los instintos básicos. Esto es importante para rescatar la característica básica que hizo que les temiéramos durante tanto tiempo, y la que los hace tan interesantes para trascender a través de los años.
Luego pienso en las características físicas. No necesariamente las reconstruiré todas; a veces me tomo ciertas licencias al filo del rechazo por los más puristas. Pero si logro mantener su esencia, ya me doy por pagado. Por ejemplo, los vampiros mejorados de Blade II, con la capacidad de convertir a otros vampiros y chupar sangre con una ventosa en la punta de la lengua.
Finalmente, busco contextos distintos y más actuales donde colocar a ese monstruo. No es lo mismo el Drácula de Stroker que el Vampiro de Polidori, que el Lestat de Anne Rice, que Blade o, en su caso más terroríficamente creado (para los fans), los Vampiros de la saga Crepúsculo. Estos contextos describen una situación histórico temporal distinta, donde la forma de pensar cambia, la moral cambia y el efecto del monstruo también cambia. Eso sí, respetando la primera regla, los monstruos deben contradecir las convenciones morales-sociales de ese espacio.
Para muestra, un botón: imagina a dos vampiros escondidos en una protesta por el hambre, buscando a su próxima presa. La sensación de estos monstruos cambia completamente en el escenario deprimente donde los estoy colocando.
Esta es mi receta para capturar el arte de la monstruosidad: mira a la sociedad. En nuestros propios defectos, descubrimos qué parte de monstruo y qué parte de humano vive dentro de nosotros. Enfrentarnos a los monstruos nos pone a prueba para comprender el mundo en el que vivimos. Porque al narrar sobre monstruos, hablamos de la forma de derrotar la monstruosidad que puede llegar a habitar dentro de nuestros propios corazones. ¿No te parece?
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