Dos suicidas se colgaron en el «patio» de mi casa. En ese tiempo vivía en un fundo, y mi patio colindaba con potreros con vacas pastando, un barrial de cría de chanchos por otra, y los enormes árboles de nogales, castaños, robles y peumos que hicieron tan atractiva la idea de colgarse para esos pobres desdichados. Tenía cinco o seis años.
Lo malo es que no me dejaron ver a ninguno de los dos, de la misma forma en que no pude ver cuando mi padre descargó la escopeta en la cabeza de mi perro cuando enfermó y amenazó con matar a cualquier cosa que se acercase en su locura.
La Muerte es un asunto fuerte. Pero, cuando uno es niño, no comprende el afán por ocultar algo que parece una ley natural, pese a la tragedia que podría envolver el término de la vida.
Quizás es eso, la perspectiva de una tragedia, lo que introduce el miedo a la Muerte en las personas. Temen que ese miedo se contagie hacia los demás.
Y empieza la película de terror: ¿Cómo nos deshacemos de esta penuria? ¿Cómo huir del destino que nos depara el fin de nuestros días y, en varios casos, de forma traumática?
Finalmente, aprendí a no temer a la Muerte. En el camino tuve que aprender muchas cosas, sobre todo de las cosas que aprendí en el campo.
Porque allá no sólo la aceptan. Viven en función de ella.
La catástrofe de morir
Desde pequeños nos educan para temer a la Muerte.
Lo primero que nos dicen es que la Muerte es un esqueleto vestido con una manta negra y con la lista de los que deben morir en una mano. Algo pintoresco hasta que recordamos la terrible guadaña con la que siega las almas. Y lo peor es que es invisible para el común de las personas hasta que la ves.
Porque si la ves estás frito. Solo un moribundo puede mirar a la Muerte al rostro.
Por eso me encanta la postura de los mexicanos, quienes tienen una particular relación con la Santa Muerte, más amable y aceptada.
Pero, más que la apariencia de la Muerte, las acciones de este Ángel Segador de Almas son las más temibles. Una de ellas me la contó mi mamá:
—Se dice que la Muerte va encima del cajón del muerto. Así que cuídate de no ir a dos entierros el mismo día o te va a venir a buscar.
—Pero, ¿por qué? —pregunté yo.
—Porque tiene buena memoria. Y sabe que es desagradable. Si ve muchas veces tu cara, pensará que te estás juntando mucho con ella y te va a llevar.
En muchos sitios, es motivo para celebrar un entierro por día. Para mí era motivo para no ir ni al Cementerio.
Otra cosa típica, y trágica, es cuando uno está demasiado enfermo y alguien dice:
—Este ya está pedido.
Como si necesitaramos la invocación de esa cosa fea rondando cerca de nosotros.
Sin embargo, la cosa se pone creepy con la creencia de que «siempre de que uno se muere, se lleva a dos más». Uno reza (a todos los dioses, demonios y santos) para pasar desapercibido bajo los ojos de la Parca, con la esperanza de que no te atropellen, no te asesinen, no te caiga un piano en la cabeza, o que no seas muy compinche del muerto reciente para que quiera estar contigo en la eternidad.
¿Te imaginas una película así? Sería algo así como «tu amigo te quiere muerto». Horrible.
Por último, en Latinoamérica (mundo predominantemente cristiano) nos dicen que si no fuimos dignos en vida nos iremos al Infierno. No conozco a nadie completamente digno, por lo cual caer al Averno siempre es posibilidad.
¿Tan mal tenemos que pasarlo en vida para seguir pasándolo mal tras la Muerte? ¿Es que no hay derecho a equivocarse?
Claramente, después de todo este tipo de creencias, la perspectiva de encontrarse con la Muerte no es tranquilizadora. Ni siquiera ahora, cuando uno huye de la muerte peor como si se apareciera el Diablo en la Noche de San Juan.
Pero la Muerte existe y desde niño me quedó muy claro lo frágiles que somos los seres vivos para que nos alcance. Por esa época de fundo tuve muchas mascotas. DEMASIADAS. Naturalmente, el ambiente rural está lleno de misterios y peligros insospechados, por lo que era fácil encontrar a alguna muerta por enfermedad, por las mandíbulas de un perro, por el atropello en la carretera e, inclusive, por una avispa en la oreja.
Simplemente, llega. No hay más remedio que aceptar.
Entonces, ¿por qué nos asusta tanto?
La verdad, creo que el origen de tanto miedo radica en que nos aterra más la forma de morir que la muerte en sí misma. O sea, maneras hay muchas: incendio, ahogo, balazos, caídas, aprietes, mazazos; y todo lo que nos enseñó Destino Final. Pero si fuera por morir, no le temeríamos tanto. A lo que le tememos es a sentir el dolor que involucra todas esas tragedias, a sufrir eternamente antes del deceso, como un Infierno que nunca acaba.
De hecho, la perspectiva del sufrimiento horroroso en el Infierno nos asusta más que el mismo Infierno lleno de Rock Metal, sexo cochino, malas palabras, cigarros, alcohol, drogas y todas esas cosas que suenan más a diversión que a aflicción.
En otras palabras, el miedo proviene al vernos como espíritus sufriendo en la otra vida los mismos males una y otra vez.
Por eso hay tantas historias de espíritus deambulando. Espíritus que vienen a contagiar el dolor como la peste, o lo usan como excusa para seguir jodiendo en este mundo.

Que los muertos no te alcancen
Historias sobre encontrarnos con los espíritus tenemos muchas como para saber que es una pésima suerte. Aun así, existe gente que busca a los muertos para entablar comunicación. Otros, en cambio, tienen rituales para poder calmarlos o, al menos, dar una buena vida al muerto en el más allá.
La actividad más conocida en el sur de mi país es comer. Sí, así mismo como lo lees: la muerte de alguien es sinónimo de banquete. Y todos felices, incluyendo el muerto.
Eso sí, depende de la celebración. La familia organizadora se ve en la obligación de organizar una gran fiesta. Si la comida y la bebida abundan, el muerto fue maravilloso en vida, casi un ángel. Eso dirán los invitados. Pero si el organizador es tacaño, el muerto ya no es tan querido. Si pasa eso, probablemente venga a tirarte de los pies para reclamar.
Aunque no sólo se trata de celebrar a los muertos como corresponde. A veces, hay que darles una digna sepultura.
Se dice que si escuchas los graznidos de los chonchones (un pájaro brujo que entona el característico «Tué-tué») es porque la desgracia anda cerca. ¡Es horrible! Anuncian incendios, catástrofes, derrumbes y toda clase de calamidades. Pero, si te los encuentras en el campo, es muy posible que te estén señalando la presencia de un muerto. Sí, algo así como buitres mágicos.
¿Qué hacer?
Por tu seguridad, lo mejor sería correr. No obstante, si eres valiente y buscas suerte, ve donde el muerto y dale santa sepultura. Se dice que un muerto rodeado de chonchones está asociado a un entierro. Si te quieres hacer rico, la Muerte puede ser tan beneficiosa como para una joven veinteañera enamorada perdidamente de un octogenario millonario y desahuciado.
Ahora bien, hay otras muertes envueltas en tragedia como los suicidas de atrás de mi casa. Hay algunos que mueren en las carreteras y se vuelven espíritus deambulantes que se llevan a más y más transeúntes. Un ejemplo es la niña del «yo morí aquí».
Para calmar a los espíritus de la tragedia se hacen animitas, pequeños altares con una foto del difunto, rodeada de flores, ofrendas e imágenes religiosas. Normalmente, se ven al costado del camino y sirven a los muertos para poder encontrar un lugar de descanso. De lo contrario, el muerto quedará vagando en el camino, perdido y apareciendose a los viajantes para llevarlos consigo.
En las carreteras se ven por todas partes, aunque no son los únicos lugares. También las he visto en plazas en la ciudad y en partes silvestres, alejadas del camino y la ciudad. Incluso las he visto escondidas debajo de un árbol, ocultas de los transeúntes.
Seguramente no querían compartir al muerto. O no querían que lo encontraran.

¿Enfrentarse o huir de la Muerte?
Todo tiene que morir en algún momento; es decir, no tenemos cómo hacer frente al ángel de la Muerte. Simplemente, su poder atraviesa lo humano y, también, lo divino.
¿Qué hacer entonces?
Dejar de temer. La Muerte es una vieja amiga y compañera. Es parte de un proceso de la vida. De hecho, la única certeza que se tiene en esta vida es que en algún momento vamos a morir. Entender esto nos quitará el miedo a morir, y quizás el miedo al dolor. Al otro lado de la puerta está el descanso.
Y también es necesario guardar el debido respeto. De hecho, todos los rituales, incluyendo la visita masiva a los muertos el día 1 y 2 de noviembre (Día de los Muertos), existen para mostrar reconocimiento a las personas que vivieron alguna vez. Por algún motivo, asimilamos el recuerdo y la alabanza como una señal inequívoca de descanso en la otra vida, aún cuando el muerto haya sufrido la peor de las tragedias.
Si te fijas bien, aquellos que no fueron honrados en su momento vuelven para atormentar la vida de los que quedan, como la Llorona, por ejemplo.
Aunque, no sé. Yo igual volvería a tirar algunos pies de puro gusto. Muajajajaja.
¿Le tienes miedo a la muerte? ¿Qué forma crees que tiene? ¿Qué harías para aplacar sus intenciones?
«Muero» de ganas por saber en los comentarios.
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