Los cambiaformas (shapeshifter en inglés) aparecen a lo largo de toda la ficción de terror. Son personajes con apariencia de humanos, pero que no son humanos del todo. Esconden esa parte terrible dentro de sus cuerpos que en cualquier momento aparece y amenaza con acabar con nuestra vida y la de todos alrededor.
En resumen, una bomba dentro de un ser humano.
El hombre lobo es la figura más emblemática. Otras figuras son el Dr. Jekill, la Mosca de Cronenberg, Pennywise, la Cosa y los extraterrestres de Carpenter, etc.
«Ojos que no ven, corazón que no siente», reza el dicho. Pero, ¿qué pasaría si conociéramos la naturaleza cambiaformas de algún ser humano conocido? ¿Lo discriminamos? ¿O lo aceptamos?
¿O nos asustamos?
¿Por qué es tan aberrante que un cercano, familiar o amigo, se transforme en un enemigo de nuestra propia seguridad?
La figura del cambiaformas en el terror explica la naturaleza de los seres humanos. A través de ella experimentamos los conflictos que surgen tras la revelación de los secretos que no contamos a nadie; aquellos que nos hacen ver como monstruos.
La representación del cambiaformas
Transformarse en algo más puede ser un conflicto complejo. Es por eso que cada vez que la metamorfosis aparece en un relato todas las acciones de la narración giran en torno a ella.
Lo paradójico es que todo el mundo sufre transformaciones en la vida. No físicas, obviamente.
Entonces, ¿por qué nos aterra?
A modo de explicación, la transformación duele. Morimos para renacer. El peligro de morir es el que nos pone en alerta y nos obliga a luchar para sobrevivir.
Pero, por otra parte, es difícil tomarse la transformación como algo normal. Somos demasiado narcisistas para aceptar que tenemos un componente extraño en el interior y cuya aparición podría convertirnos en algo aborrecible para los demás. Además, somos demasiado cínicos para reconocerlo y divulgarlo por ahí. De ahí que los cambiaformas permanecen ocultos.
Un ejemplo. Te gusta el hentai. Si la gente lo sabe, habrá algunos que digan: «por qué te calientas viendo monos chinos». Otros pensarán que eres un perturbado sexual y dejarán de ser tus amigos. ¿Qué haces? Lo callas y lo guardas en secreto hasta que conozcas a alguien que tenga el mismo gusto por los furros culones al igual que tú.
La figura del cambiaformas nos muestra la parte que consideramos no humana; lo animal, lo psicópata o lo extraño. En otras palabras, lo que no se considera normal en la cultura en dónde vives. En este caso, el recurso de la transformación sirve para aterrar a las personas con sus propios gustos secretos o sus propios defectos. Es una especie de espejo cuyo reflejo muestra cuerpos deformados, de mala apariencia, babosos y ruines como la misma parte podrida que llevamos en el interior.
Supongamos que alguien tiene dificultades con su carácter (como la loca de mi vecina). Es una buena persona, sonríe y dice por favor; pero a veces reacciona de forma desproporcionada y no logra contenerse. Se vuelve tóxica, violenta, egoísta o llega al desvarío mental. El cambiaformas representa a esta persona como una transformación nuclear deforme, con varios brazos, una fuerza descomunal y con láseres en los ojos. Una especie de Hulk o, en su peor versión, Katie Kaboo.

La versión humana
Otro punto interesante de un cambiaformas es que solo conocemos su parte humana. Por el contrario, el monstruo en su interior es desconocido.
¿Cómo te comportarías si supieras que tu vecino come niños? ¿Podrías convivir con él?
¿Sí que es aterrador pensar que gente a tu alrededor se puede transformar en algo aborrecible y jamás te habías dado cuenta?
Es horrible pensar en esto, pero estás en peligro potencial: los perturbados existen en todos lados. Sin embargo, el cambiaformas miente y oculta su parte anormal para poder ser aceptado. De otra forma, ¿cómo tendría víctimas a su merced?
Yo que tú no confiaría ni en la vieja chismosa de la cuadra.
Dos películas de John Carpenter explotan este recurso de horror, donde el monstruo convive junto con nosotros y nos condena a la más mínima oportunidad.
«La Cosa» (basado en el cuento «¿Quién anda ahí?» de John W. Campbell) es una ficción tenebrosa porque el extraterrestre toma la forma de la víctima a la que consume. Se puede ver como un perro inocente o tu mejor amigo, da igual. Todo vale para alimentarse de ti.
En «¡Ellos viven!», en cambio, los extraterrestres son más civilizados, pero no menos peligrosos. Ellos mantienen al mundo bajo su total control a través de una señal de radio que afecta a todos los habitantes. Aseguran su bienestar a costa de los seres humanos y los incitan a perpetuar ese sistema que los beneficia a través de mensajes ocultos como: «Consume», «Ten familia», «Endéudate» y otras cosas más.
«La invasión de los ladrones de cuerpos» de Don Siegel (basado en el libro de Jack Finney) es una historia similar donde unas vainas extraterrestres toman la forma de los habitantes del pueblo para dominar en las sombras.
Si un día despertamos y nos vemos rodeados de monstruos, estaríamos aterrados por pensar que en cualquier momento podríamos ser atacados en un callejón, en nuestra casa, en un sótano, etc. La vida común se vuelve paranoica hasta que lleguemos al punto de no tener más escapatoria que matar o morir.
Y a menudo se da más la segunda que la primera.
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La lucha interna del cambiaformas
La psicología dual de los cambiaformas somete a algunos personajes a un conflicto interno entre sus dos partes.
Una batalla campal a nivel mental que somete a los cambiaformas a un terrible sufrimiento.
Generalmente, esto lo vemos a raíz de pensamientos en el mismo personaje, cuando la parte normal lucha por contener a la parte monstruosa (caprichosa, egoísta y salvaje), que pelea por emerger y lograr su libertad. Es una antítesis de dos rostros, dos formas de pensar.
Algo así como los pensamientos intrusivos.
El problema es que esto no siempre resulta y las consecuencias son desastrosas. La parte humana, normal, sufre sometido en la culpa porque no puede reparar el daño causado por el monstruo interior.
Un ejemplo clásico es la historia del hombre lobo, un sujeto cuyo peor trauma es la luna llena. Cada veintiocho días, y durante tres noches, se verá convertido en un ser salvaje con una sed de sangre insaciable. Debe luchar con las consecuencias de su salvajismo durante el día, condenado a sentir culpa durante toda su vida hasta encontrarse con el fin de sus días o con una bala de plata.
Otro ejemplo es la historia de «El extraño caso del Dr. Jekill & Mr. Hyde». Henry Jekill es un químico que bebe un tónico que, accidentalmente, despierta a su parte maligna mientras permanece inconsciente: Mr. Hyde. La transformación es un hombre malvado, sin vergüenza y traidor, sin ningún respeto por la vida ajena. Finalmente, Jekill termina por asumir la culpa de su otra personalidad, cosa que le lleva a la única salida posible: el suicidio.
Noel Carroll, en su libro «Paradojas del Corazón», llama a este fenómeno «fisión»; es decir, dos entes contradictorios que luchan por el control de un solo cuerpo. Dos almas, un sujeto. El terror de uno a las acciones del otro es el que nos causa repulsión por la inestabilidad de su mente y la forma extraña de los dos entes luchando por destacar. Este fenómeno de metamorfosis incompleta pertenece tanto a los cambiaformas como a los poseídos por un demonio.




La dualidad del ser humano
Finalmente, el personaje del cambiaformas exagera la dimensionalidad de nuestro propio ser. Imagina a la Bestia en «Fragmentado». Muchas mentes, muchas formas de pensar. Al final, sólo uno prevalece sobre los demás, una parte temible y oculta que los personajes luchan por no despertar.
Sin embargo, existen personas que están de acuerdo con esa parte alternativa, insatisfechos con la vida normal que llevan, apegada a las reglas, a las normas morales y a las imposiciones de la sociedad. Hay una parte que se acumula y que, en algunos momentos de intimidad, necesitamos dejar salir para sentirnos un poco libre. A mí me pasó en mi eterna pelea entre el arte y una profesión tradicional que, al final, ganó la ficción.
Me pregunto cuál de las dos habría sido la parte monstruosa.
Podríamos llamar a esto historias de superación. Pero, en terror, esta superación es macabra y cruel, porque no respeta al entorno, ni siquiera a los tuyos. Destroza todo con el fin de ser feliz.
Por ejemplo, el Djinn de «Wishmaster», Frank en «Hellraiser» y Seth en «La mosca» son personajes que sienten la incomodidad de permanecer atrapados en su forma humana y, por el contrario, se sienten libres en su forma alternativa. Paradójicamente, su obsesión por la felicidad los condena a quedar atrapados en sus formas alternativas, lo cual desencadena su desenlace trágico.
Lo mismo pasa cuando nos sentimos atrapados en una vida que no nos acomoda. No es tan fácil acabar con el mundo, nuestro mundo. Terminamos aterrados de los demás. Y de nosotros mismos.
¿Reconoces a algún cambiaformas en tu vida? Y si fueras tú, ¿qué forma tendrías? ¿La del monstruo o la del humano?
Cuéntame tu historia en los comentarios.
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